Podemos afirmar que una de las expresiones que mejor define el desarrollo del niño en los primeros dieciocho meses de vida es “del acto al pensamiento”, frase que fue utilizada por Henri Wallon para titular una de sus más célebres obras. En estas cuatro palabras podemos resumir toda una postura epistemológica, o más bien el modo de definir uno de los dilemas de la psicología infantil, cual es la importancia relativa –en cuanto a condicionante mutuo- que tienen las actividades sensoriales y motrices del niño, por una parte, y la naciente actividad psíquica, por la otra.
La observación detallada de un bebé permite concluir que sólo es capaz de realizar movimientos reflejos e innatos, y de percibir sensaciones de diverso tipo: dolor, hambre, luminosidad, ruidos. Inicialmente, esta actividad sensorial se encuentra desligada de las acciones motoras, las que el niño realizará sólo en forma automática. Posteriormente, podremos apreciar como el movimiento aparece en respuesta a determinadas percepciones. Si estas percepciones son agradables (música, colores, rostros sonrientes, leche), el niño podrá tender a buscar el volver a sentirlas, dirigiendo entonces sus movimientos en tal sentido.

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