martes, agosto 02, 2005

Del Acto al Pensamiento


Podemos afirmar que una de las expresiones que mejor define el desarrollo del niño en los primeros dieciocho meses de vida es “del acto al pensamiento”, frase que fue utilizada por Henri Wallon para titular una de sus más célebres obras. En estas cuatro palabras podemos resumir toda una postura epistemológica, o más bien el modo de definir uno de los dilemas de la psicología infantil, cual es la importancia relativa –en cuanto a condicionante mutuo- que tienen las actividades sensoriales y motrices del niño, por una parte, y la naciente actividad psíquica, por la otra.
La observación detallada de un bebé permite concluir que sólo es capaz de realizar movimientos reflejos e innatos, y de percibir sensaciones de diverso tipo: dolor, hambre, luminosidad, ruidos. Inicialmente, esta actividad sensorial se encuentra desligada de las acciones motoras, las que el niño realizará sólo en forma automática. Posteriormente, podremos apreciar como el movimiento aparece en respuesta a determinadas percepciones. Si estas percepciones son agradables (música, colores, rostros sonrientes, leche), el niño podrá tender a buscar el volver a sentirlas, dirigiendo entonces sus movimientos en tal sentido.
Lo anterior nos lleva a entender cuales pueden ser las tareas de los padres, en cuanto al fomento del desarrollo temprano de los hijos. En primer lugar, es importante que nos ejercitemos en conocer lo que está sintiendo nuestro hijo, lo que podemos lograr a la par de una estimulación de sus sentidos. Esto se logra cantándole, haciéndole escuchar ruidos nuevos, abrazándolo desnudo, mostrándole objetos vistosos, alimentándolo con afecto. En cuanto a sus movimientos, es posible ejercitar brazos y piernas mientas se lo baña, ayudarlo a darse vuelta, pasándole objetos de diferentes texturas para que intente cogerlos. En esta ejercitación sensitiva y motora, debemos estar muy atentos a sus reacciones y preferencias, para repetir aquello que le es agradable, así como para alejar de él lo que le causa temor. De esta forma podrá sentar las bases para una futura repetición de actos, los que podrán ser posteriormente dirigidos por la voluntad. Por otra parte, esta interacción del niño con sus padres contribuye a fortalecer los lazos de afecto y a consolidar un sentimiento de protección y seguridad.

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