miércoles, julio 06, 2005

Los Niños y el Dolor



Al contemplar esta bella pintura -El Niño Enfermo- de Pedro Lira, me nace publicar este artículo que escribí con relación a las consecuencias del dolor en los niños:

Todos los seres humanos, a lo largo de la vida entera, estamos expuestos a sentir dolor físico. Tan cierto es esto, que ya en la Grecia antigua, se consignó como los tres signos cardinales de toda la medicina, a la fiebre, la angustia y el dolor. Pese al paso del tiempo, y a los avances médicos, seguimos viendo que la mayoría de los síndromes clínicos se encuentran edificados sobre alguno de estos síntomas.

Evidentemente, el niño puede sentir dolor por las mismas causas por las que lo puede percibir un adulto. Sin embargo, como muchas situaciones de la infancia, la experiencia dolorosa presenta particularidades que nos obligan a considerarla en forma distinta. Primeramente, es necesario plantear que en la vivencia del dolor se dan dos componentes: uno objetivo, asociado a su causa, si ésta es de naturaleza orgánica; y otro subjetivo, que dice relación con la tolerancia al dolor y con las repercusiones psíquicas que éste tendrá en el niño. Es este último elemento, el subjetivo, el que marca la diferencia fundamental con el adulto, ya que los niños evidencian una inmensa variabilidad en la percepción dolorosa, existiendo algunos muy resistentes (calificados desde pequeñitos, erróneamente como “valientes”), y otros más vulnerables. Esta diferencia perceptiva puede causar problemas incluso en la práctica médica, ya que muchas veces será el dolor la principal expresión de algún cuadro clínico. En este caso, la experiencia del Pediatra será crucial para tener una correcta apreciación e interpretación del síntoma.

En cuanto a lo que sucederá en la psiquis infantil luego de las vivencias dolorosas, es necesario puntualizar que algunos niños están mucho mejor dotados de mecanismos adaptativos que lo que a veces se cree, por lo que pueden llegar a tolerar sin secuelas las situaciones de dolor más comunes de la niñez, como las provocadas por algunos accidentes o enfermedades de frecuente ocurrencia en la infancia y niñez. Sin embargo, también pueden darse respuestas anormales, dentro de las que podemos señalar por lo menos tres repercusiones frecuentes:

a) los estados angustiosos, manifestados en fobias a situaciones que recuerden la experiencia dolorosa, o, en casos más graves, el estrés postraumático;

b) las conductas gananciales o manipulatorias, traducidas en simulación o fingimiento, para obtener algún provecho;

c) la reacción desmedida y sobreprotectora de los padres, la que puede potenciar las dos primeras situaciones mencionadas.

Otro capítulo asociado a este tema es el de los síndromes dolorosos repetitivos de la infancia, como el “dolor abdominal recurrente”, la “jaqueca o migraña” y el “dolor recidivante de las extremidades”. Cada uno de estos casos requiere de una evaluación pediátrica exhaustiva, la que permitirá pesquisar su causa, dentro de la que pueden encontrarse factores orgánicos, psíquicos o una combinación de ellos. Sólo este análisis permitirá enfrentar con éxito su tratamiento.

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