Desde la antigüedad, es posible encontrar relatos médicos que se refieren a pacientes, cuya delgadez progresiva no era explicable por causa alguna. En el siglo XVI, un médico italiano describe un caso que impactó a la sociedad de la época. Posteriormente, en 1689, se comienza a usar el calificativo de “nerviosa”, para referirse a aquella condición que lleva a la pérdida del apetito, sin una enfermedad conocida que la cause. Así, se van sucediendo progresivas publicaciones, que van dando cuenta de casos aislados, hasta que es delimitada como entidad clínica (esto es, una enfermedad diferente de otras) en 1873 por Lasègue.
Hasta hace algunas décadas, la escasa frecuencia con que ocurría este cuadro clínico, hacía que se le prestara una atención limitada, en lo que a investigación se refiere. Sin embargo, la situación ha cambiado, siendo posible observar un crecimiento progresivo de la aparición de casos de Anorexia Nerviosa, usualmente en mujeres adolescentes. Lo anterior ha llevado a mayores exigencias para la ciencia médica, tanto en la definición precisa de la enfermedad, como al estudio de sus causas, alteraciones psíquicas y corporales asociadas y, sobretodo, formas eficaces de tratamiento.
Sólo por mencionar uno de los conceptos que ha cambiado, diremos que pese a que seguimos usando (por costumbre ya impuesta) la denominación de Anorexia, en rigor es incorrecta, puesto que ésta significa pérdida del apetito. En realidad, las pacientes mantienen el apetito durante el desarrollo de la enfermedad, oponiéndose tenazmente a él y pudiendo llegar a presentar episodios de ingesta voraz (bulimia), a los que siguen vómitos, generalmente provocados.
En la base del cuadro encontramos un marcado temor al engordar, con una visión menospreciada de las personas obesas o con sobrepeso, lo que puede haberse desarrollado a partir de experiencias personales o familiares negativas al respecto. Junto a lo anterior, aparece una distorsión de la imagen corporal: la persona cree irracionalmente que está gorda, pese a su descenso progresivo en el peso y, por lo tanto, a su marcado enflaquecimiento. En etapas posteriores puede efectivamente perderse el apetito, además se hacen evidentes los signos propios de la desnutrición. Hoy en día existen tratamientos que, aplicados oportunamente, logran mejorar la enfermedad.
Tan importantes como los aspectos médicos del tema, son las consideraciones sociológicas, toda vez que entendemos al ser humano en estrecha relación con su ambiente, el que lo moldea y condiciona. Nuestra sociedad ha ido paulatinamente cambiando el foco de atención, desde lo espiritual y valórico, hasta lo material y aparente, llegando esto a trastocar los ideales de perfección y de relación de la persona con el mundo y consigo misma. Por razones ligadas a los ideales de belleza, se han impuesto –en planos y épocas diferentes- Twiggy y Barbie, cuyas imágenes no pueden dejar de recordarnos el motivo de este artículo.
Hasta hace algunas décadas, la escasa frecuencia con que ocurría este cuadro clínico, hacía que se le prestara una atención limitada, en lo que a investigación se refiere. Sin embargo, la situación ha cambiado, siendo posible observar un crecimiento progresivo de la aparición de casos de Anorexia Nerviosa, usualmente en mujeres adolescentes. Lo anterior ha llevado a mayores exigencias para la ciencia médica, tanto en la definición precisa de la enfermedad, como al estudio de sus causas, alteraciones psíquicas y corporales asociadas y, sobretodo, formas eficaces de tratamiento.
Sólo por mencionar uno de los conceptos que ha cambiado, diremos que pese a que seguimos usando (por costumbre ya impuesta) la denominación de Anorexia, en rigor es incorrecta, puesto que ésta significa pérdida del apetito. En realidad, las pacientes mantienen el apetito durante el desarrollo de la enfermedad, oponiéndose tenazmente a él y pudiendo llegar a presentar episodios de ingesta voraz (bulimia), a los que siguen vómitos, generalmente provocados.
En la base del cuadro encontramos un marcado temor al engordar, con una visión menospreciada de las personas obesas o con sobrepeso, lo que puede haberse desarrollado a partir de experiencias personales o familiares negativas al respecto. Junto a lo anterior, aparece una distorsión de la imagen corporal: la persona cree irracionalmente que está gorda, pese a su descenso progresivo en el peso y, por lo tanto, a su marcado enflaquecimiento. En etapas posteriores puede efectivamente perderse el apetito, además se hacen evidentes los signos propios de la desnutrición. Hoy en día existen tratamientos que, aplicados oportunamente, logran mejorar la enfermedad.
Tan importantes como los aspectos médicos del tema, son las consideraciones sociológicas, toda vez que entendemos al ser humano en estrecha relación con su ambiente, el que lo moldea y condiciona. Nuestra sociedad ha ido paulatinamente cambiando el foco de atención, desde lo espiritual y valórico, hasta lo material y aparente, llegando esto a trastocar los ideales de perfección y de relación de la persona con el mundo y consigo misma. Por razones ligadas a los ideales de belleza, se han impuesto –en planos y épocas diferentes- Twiggy y Barbie, cuyas imágenes no pueden dejar de recordarnos el motivo de este artículo.
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