La visión de los escritores jóvenes:
''El poeta Jorge Teillier se mantuvo siempre lejos de cualquier exitismo'' Nunca hizo alarde de su talento ni buscó protagonismos. Sensible, sociable, tímido, bromista, sencillo, Jorge Teillier, nacido el día en que murió Gardel, hace 70 años, marcó con su poesía y su actitud de vida a las nuevas generaciones literarias. Al cumplirse 70 años desde su nacimiento, Ramón Díaz Eterovic y Diego Muñoz Valenzuela, del grupo de relevo, lo retratan.
”Para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo, el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer.” J.T.
Nunca le tuvo miedo a la muerte, ni la buscó de modo compulsivo, ni admitió que nadie lo sustrajera de ese destino. Con su nacimiento probó que la fatalidad está ligada estrechamente a la vida: el mismo día que Jorge Teillier nacía, en Lautaro, moría Carlos Gardel en un accidente de aviación. Quienes lo conocieron recuerdan que mencionaba la coincidencia de esos hechos con cierta solemnidad, como si estuviesen misteriosamente vinculados.
Cumpliría 70 años el próximo 24 de junio. Lo celebraría tal vez, con una reunión en su “centro de operaciones”: la Unión Chica, con una mesa bien nutrida y bien regada, con la literatura como primera dama y con la poesía como amante.
Esa poesía que marca a varias generaciones, que se sigue multiplicando, junto con su nombre. Silencioso y observador, no buscaba ni la figuración ni el poder. Su oficio de escritor lo ejercía con sencillez y devoción, compartiendo sus hallazgos con los más jóvenes, que encontraban en esta cofradía de escritores una suerte de taller literario informal.
Entre sus más amigos se contaban el poeta Rolando Cárdenas, su hermano Iván Teillier, Roberto Araya, Aristóteles España, Juan Guzmán y, en un comienzo, el poeta Enrique Lihn, con quien se enemistaría tras años de profunda amistad por una mujer. Luego se sumaron a la hermandad algunos escritores más jóvenes.
Por los años 80, el más “nuevo” en la Unión Chica era Ramón Díaz Eterovic. Él formaría parte de la legendaria “Cofradía de los Botones Negros”, que tuvo un singular nacimiento. “Roberto Araya, un día llegó con una caja de botones; los pescó Jorge y empezó a condecorar a sus amigos. Y de ahí salió un poco eso. En esa época también teníamos una especie de cuaderno o bitácora, donde íbamos anotando lo que ocurría en tono humorístico. Era una cosa muy informal, llegaban los amigos, nos juntábamos, conversábamos, era un grupo bien unido. Nos celebrábamos los libros cuando salían y por supuesto que hablábamos de literatura. Era un pequeño oasis para la época. Todo giraba en torno a Jorge Teillier, él era la figura mayor. Llegaba gente a verlo desde fuera del país, llegaban cartas incluso.” , relata el autor de Correr tras el viento .
Arte poética
Cuando en la tarde no soy nadie
Entonces las cosas me reconocen
Soy de nuevo pequeño
Soy quien debiera ser
Y la niebla borra la cara de los relojes en los campanarios.
La celebridad nunca le importó. Se hizo conocido a fuerza de confraternizar con los escritores, de leer de modo voraz y, sobre todo, de escribir con talento y sensibilidad. Escapaba de los pedestales. Prefería gastar los codos en todos los mesones. “Él no se iba a apoderar del escenario; no lo hizo nunca. Hay muchas historias que se cuentan de él, de viajes que no hizo, o conferencias a las cuales no fue. La verdad es que a él no le importaba”, cuenta el escritor Diego Muñoz Valenzuela, un miembro de la generación del 80 que por esos años trabó amistad con Teillier en la Sociedad de Escritores de Chile.
Su oficio era silencioso, constante, riguroso y alegre. Pero sin pirotecnia. En el caso de Teillier, poesía y hombre parecen ser lo mismo: ausencia de preciosismos, decir sólo lo que es necesario decir. “Él se mantuvo muy lejos de cualquier exitismo, de cualquier auge, de cualquier cosa que pudiera entenderse con la temperatura del mercado. Fue un tipo que siempre rechazó cualquier dimensión de protagonismo. Era un tipo lúcido, transparente, erudito, reflexivo, a veces mordaz. Y por eso huía de todo el mundo: de los editores, de los periodistas, de todos los que querían convertirlo en alguna suerte de ícono. Era un outsider. Optó por mantenerse fuera de la máquina, sin ánimo de buscar efectos”, relata Muñoz.
Es, de algún modo, esta sobriedad, este modo de vivir la literatura íntimamente, lo que cautivó a muchos poetas jóvenes, y sigue cautivándolos. “La sencillez, la misión del escritor, esta idea de que debe escribir lo que tenga que escribir, y debe importarle un carajo lo que pase con eso”, como afirma el autor de Ángeles y verdugos son parte de su legado. La idea de ser “el buen jardinero”, que él tenía.
Esta opinión la confirma su amigo Díaz Eterovic: “Era quitado de bulla, no andaba correteando detrás del poder para obtener nada. Era como un poeta en estado puro. Lo esencial era escribir, eran sus amigos, y creo que esa postura ha llamado la atención; y es una suerte de comportamiento ideal que se trata de seguir.” A pesar de su discreción, sus enseñanzas eran profundamente valoradas por amigos y discípulos. “Él siempre fue muy receptivo, amable y cariñoso. Siempre he dicho que para mí fue uno de los grandes maestros, gran parte de las cosas de la literatura que sé las aprendí conversando con él, escuchándolo, siguiendo sus sugerencias de lecturas, aunque él no hablaba en pose de maestro”, agrega.
Confieso que he bebido
"Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.
"Es mejor morir de vino que de tedio"
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en los mesones."
La caricatura del alcohólico no le queda. Bebía un poco por evasión y otro poco por poesía. Alegremente, sin plantearse –ni él ni los demás- el tema demasiado en serio. Nunca le interesó despegarse de las copas, y se rebeló contra todos los tratamientos a los que mujer y amigos intentaron someterlo.
Alguna vez, incluso, quiso denunciar públicamente la “traición” de su mujer y otros dos escritores, quienes, bajo la excusa de juntarse con él en la Plaza de Mulato Gil, lo esperaban con enfermeros y camisas de fuerza para recluirlo.
La semana anterior, confiesa Díaz Eterovic, ese mismo plan se había intentado, pero no resultó. “A mí me avisaron, sabía que querían hacer eso ese día. Yo estaba con él, y me dio pena, me dio lata. A última hora le dije ‘Jorge, cambiémonos de lugar’. Nos fuimos a otro boliche y fracasó esa movida. Pero a la semana lo internaron”, recuerda.
Muñoz piensa que la relación de Teillier con el alcohol fue absolutamente pensada. “Hay ahí una decisión muy honda de no hacer nada por evitarlo. Esa fue su opción, y uno piensa ¿bueno, y por qué no? Su final estaba en ser así. Él era eso y no quería ser otra cosa. No quería tampoco convertirse. No se veía siendo el alcohólico converso, el que se mejora. Tampoco es que fuera protagonista de grandes borracheras. No, era más bien la cultura de la constancia en el beber. Y todos bebían”, explica. El poeta tomaba alegremente el tema, bromeaba aplicando tests sobre el alcoholismo a sus amigos y tomaba sin culpas.
Pero fue mucho más que lo bohemio, advierte Díaz Eterovic. “Hay una falsa imagen en el sentido de que se habla de Jorge sólo en términos del alcohol, pero él no era sólo bohemia: era un ciudadano responsable, cumplía lo que prometía, no se atrasaba en entregas de trabajos. Vivía ligado a la tierra y tenía profunda conciencia de su oficio”.
Muchas gracias, Diego. Nos vemos en Arica.
1 comentario:
Muy bueno tu blog, Felicitaciones!
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