En estas líneas intentaré abordar el tema de las expectativas creadas en torno a los niños y adolescentes, expectativas que se transforman en exigencias y más adelante en posibles frustraciones, las que nacen de los adultos y son gratuitamente traspasadas a los estudiantes de nuestra sociedad.
El hecho de mirar el mundo de los niños con ojos de adulto nos lleva a no comprender cual es la dimensión de sus vidas, cuales son sus reales intereses y como debe darse su pasar por la infancia, para cimentar las bases de un futuro feliz. Lamentablemente, en la medida que la edad cronológica y psicológica avanza, esto es, al acercarnos a la pubertad y adolescencia, van aumentando las exigencias que el medio familiar, escolar y social impone sobre los jóvenes. Un claro ejemplo de ello, son los requisitos de ingreso y mantención que algunos establecimientos educacionales establecen a sus alumnos. El estrés que sufren los adolescentes adquiere grados superlativos, cuando se acercan a la Prueba de Selección Universitaria, más conocida como PSU.
Existe la convicción en muchos padres y educadores, que los jóvenes deben definir su vocación de estudios, esto es, la carrera o el área específica que estudiarán, lo más pronto posible. Ya desde el comienzo de la enseñanza media, influidos por este modo de pensar, los estudiantes inician una afanosa búsqueda para definir sus intereses, o bien, para hacer conciliar estos intereses con los de sus padres. A esto hay que agregar que también se requiere una concordancia con las habilidades del joven y con las expectativas educacionales, las que además requieren ser confrontadas con la oferta educativa universitaria y con la disponibilidad económica para solventar la carrera que finalmente resulte elegida.
Este planteamiento entraña muchos más riesgos que ventajas. En primer lugar, cuando un muchacho define tempranamente la carrera que desea, pasa a establecerla como una prioridad absoluta, como un compromiso ante su familia, sus pares y ante sí mismo, de tal forma que el pensar en la posibilidad de no lograr esta meta, genera una angustia tal, que afectará su actividad cotidiana, incidiendo negativamente en múltiples aspectos de su vida, incluso alterando su rendimiento y capacidad de estudio y aprendizaje.
Por otra parte, muchos estudiantes que ven pasar el tiempo sin haber definido aún su opción de futura profesión, se angustian por creer que están en un estado de inmadurez o indecisión anormal o perjudicial. A estos estudiantes debemos decirles que en realidad no necesitan tener definiciones tan precisas: muy por el contrario, mientras más abierto sea el abanico de posibilidades, más tranquilidad tendrán, estudiarán con menos presiones y esto redundará en mejores resultados, los que, cuando llegue el momento, les permitirán tomar una decisión con mayores posibilidades. El mismo mensaje, por supuesto va para los docentes: si desean mejores resultados, deben reducir las fuentes de estrés y permitir que en estas etapas cruciales y difíciles, el estudiar sea algo gratificante y no una presión que agobie.
1 comentario:
Hola Julio:
Encuentro super interesante tu artículo, mi hijo que está en 4º medio estaba pasando por esas angustias, creo que lo tranquilicé, claro que leyendo tu artículo me tranquilicé yo, porque me doy cuenta que hay cosas que podemos hacer para ayudarlos a tomar una decisión o quizás no tomarlo tan "a la trenmenda" nos plantean postergar su decisión por un tiempo prudente. Gracias
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