Cada cierto tiempo, nos conmocionamos y sufrimos los efectos de la ocurrencia de catástrofes naturales, las que afectan a distintas zonas del planeta. Recientemente hemos vivido la experiencia de un devastador terremoto en nuestra provincia. Además de las consecuencias en cuanto a pérdidas inmediatas de vidas, lesiones, daños y destrucción de viviendas y fuentes de trabajo, existe repercusiones en el ámbito psíquico, las que afectan en modo diferente a las personas. En efecto, cuando alguien vive una situación inhabitual (buena o mala), el modo como esta situación le afectará, o el cómo la incorporará en su experiencia y sus recuerdos, dependerá de su susceptibilidad individual, de su personalidad previa, de sus fortalezas y debilidades.
Si esta experiencia vivida tiene el carácter de una amenaza vital, es posible que el impacto psíquico sea de tal magnitud, que provoque alteraciones que perduren más allá del tiempo razonablemente esperable, o que estas alteraciones afecten otros planos de la vida, como el laboral, relacional, fisiológico (alimentación, dormir), etc. Estas son algunas de las manifestaciones del “Trastorno por Estrés Post-traumático”, entidad clínica cada vez más conocida, tanto en sus síntomas, como en sus sustratos psíquicos y biológicos.
En el caso de los niños, algunos poseen una gran capacidad para enfrentar situaciones adversas, lo que se ha llamado “resiliencia”. Otros, sin embargo, son más vulnerables, por lo que tenderán a presentar el trastorno con mayor probabilidad, al ser expuestos a una situación de grave riesgo.
Es particularmente importante el señalar que cada vez que una situación recuerda el evento traumático -como, por ejemplo, al ocurrir una “réplica”- se actualiza el trauma, se mantiene vigente y puede llegar a perpetuarse.
Si hemos evidenciado la existencia de repercusiones biológicas cerebrales que pueden ocurrir luego de un severo trauma psíquico; y al mismo tiempo sabemos que el cerebro del niño es un órgano en pleno desarrollo, en el cual están ocurriendo cambios constantes en su estructura y funcionamiento (cambios que dependen de las distintas experiencias e interacciones que el niño establece con su entorno), podemos entonces hipotetizar que en algunos casos el estrés post-traumático puede generar daños permanentes en los niños.
Se ha podido comprobar esta hipótesis al estudiar el desarrollo de niños sometidos a las más atroces experiencias, como la tortura o la permanencia en campos de concentración. Las conclusiones señalan que mientras menor sea la edad en la que ocurrió el evento traumático, mayor será la magnitud y la permanencia futura de las repercusiones. En el caso de la exposición a catástrofes naturales, el impacto es menor, pero existe, por lo que también su atención debe formar parte de las medidas a tomar luego de un desastre.
Si esta experiencia vivida tiene el carácter de una amenaza vital, es posible que el impacto psíquico sea de tal magnitud, que provoque alteraciones que perduren más allá del tiempo razonablemente esperable, o que estas alteraciones afecten otros planos de la vida, como el laboral, relacional, fisiológico (alimentación, dormir), etc. Estas son algunas de las manifestaciones del “Trastorno por Estrés Post-traumático”, entidad clínica cada vez más conocida, tanto en sus síntomas, como en sus sustratos psíquicos y biológicos.
En el caso de los niños, algunos poseen una gran capacidad para enfrentar situaciones adversas, lo que se ha llamado “resiliencia”. Otros, sin embargo, son más vulnerables, por lo que tenderán a presentar el trastorno con mayor probabilidad, al ser expuestos a una situación de grave riesgo.
Es particularmente importante el señalar que cada vez que una situación recuerda el evento traumático -como, por ejemplo, al ocurrir una “réplica”- se actualiza el trauma, se mantiene vigente y puede llegar a perpetuarse.
Si hemos evidenciado la existencia de repercusiones biológicas cerebrales que pueden ocurrir luego de un severo trauma psíquico; y al mismo tiempo sabemos que el cerebro del niño es un órgano en pleno desarrollo, en el cual están ocurriendo cambios constantes en su estructura y funcionamiento (cambios que dependen de las distintas experiencias e interacciones que el niño establece con su entorno), podemos entonces hipotetizar que en algunos casos el estrés post-traumático puede generar daños permanentes en los niños.
Se ha podido comprobar esta hipótesis al estudiar el desarrollo de niños sometidos a las más atroces experiencias, como la tortura o la permanencia en campos de concentración. Las conclusiones señalan que mientras menor sea la edad en la que ocurrió el evento traumático, mayor será la magnitud y la permanencia futura de las repercusiones. En el caso de la exposición a catástrofes naturales, el impacto es menor, pero existe, por lo que también su atención debe formar parte de las medidas a tomar luego de un desastre.
2 comentarios:
Julio:
¿Qué se debe hacer para disminuir o aminorar ese stress post- traumático en los niños?. Tratamientos sicológicos o siquiátricos y/o ¿qué pueden hacer los padres? para ayudarlos.
Saludos
Estimada María Isabel:
Espero responder a tu inquietud en los próximos días, cuando publique la segunda parte de este artículo.
Abrazos
JULIO
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